(Por Roberto Anselmino para CDT) – Argentina es un país partido en dos, donde la grieta política se ha convertido en el único proyecto de gobierno real. El Martín Fierro, esa obra maestra de José Hernández que debería ser nuestra brújula moral, ha sido arrastrada por el fango de la ambición, el cinismo y la traición a los valores que alguna vez nos definieron. La “ley primera” que Fierro nos legó —“Los hermanos sean unidos”— ha sido pisoteada sin piedad por gobiernos de todos los colores.
Pero ¿qué significa la unidad en un país donde se siembra odio como estrategia política? Significa recuperar el respeto por el prójimo, por la palabra empeñada y por el trabajo digno. Sin embargo, la dirigencia política ha elegido el camino del resentimiento, de la exclusión y de la guerra constante. En lugar de unir, han fracturado; en lugar de escuchar, han gritado; en lugar de construir, han destruido.
Fierro lo advirtió con claridad: “El que es amigo, no sea importuno, ni de hoy para mañana sea otro.” Pero en Argentina, la lealtad es solo una moneda de cambio. La política se ha convertido en un espectáculo grotesco donde los acuerdos se rompen con la misma rapidez con la que se hacen. La traición y el oportunismo son la norma, y los medios de comunicación, lejos de iluminar el camino, se han convertido en cajas de resonancia de la manipulación y el fanatismo.
Y qué decir del trabajo, ese derecho básico que hoy parece un privilegio inalcanzable. “El trabajar es la ley, porque es preciso alquirir; no se espongan a sufrir una triste situación: sangra mucho el corazón del que tiene que pedir.” Pero este gobierno, como los anteriores, ha condenado a millones de argentinos a la pobreza, la indigencia y la desesperanza. Mientras los políticos juegan a la guerra de egos, la gente hace malabares para sobrevivir en un país donde la inflación devora los sueños y la incertidumbre es la única certeza.
Milei, Macri y Cristina: los arquitectos de la grieta
La grieta no es un accidente; es un plan deliberado. Javier Milei ha llevado la violencia discursiva a niveles extremos, disfrazando su resentimiento de rebeldía. Con su retórica incendiaria, ha transformado la política en una pelea de taberna donde solo importa destruir al otro. Su cruzada contra “la casta” es apenas un juego pirotécnico que esconde su incapacidad para construir consensos.
Mauricio Macri, por su parte, vendió la falsa promesa de un país “normal”, pero su gobierno solo sirvió para profundizar el abismo social. Su indiferencia hacia los sectores más vulnerables y su concepción elitista de la política dejaron un país más roto de lo que lo encontró. Y ahora, desde las sombras, sigue manipulando el tablero sin hacerse cargo de su fracaso.
Cristina Fernández de Kirchner no se queda atrás. Su gobierno, aunque con aciertos, también estuvo marcado por el fanatismo y el enfrentamiento permanente. Convirtió la política en un campo de batalla donde solo valía la lealtad ciega y cualquier disidencia era traición. Su habilidad para movilizar emociones fue innegable, pero su incapacidad para unir al país fue su mayor legado.
Argentina, al borde del colapso moral
Milei, Macri y Cristina son los símbolos de un sistema que se alimenta del odio. Cada uno, a su manera, ha contribuido a que el país se convierta en un campo minado donde la convivencia es imposible. Han violado la “ley primera” del Martín Fierro y han condenado a la Argentina a una decadencia que parece irreversible.
Pero aún hay una oportunidad. No para ellos, sino para nosotros. Recuperar el Martín Fierro no es solo una cuestión literaria, sino una necesidad urgente. Es hora de volver a la cultura del trabajo, al respeto por la palabra, a la idea de que un país no se construye con consignas, sino con hechos.
Porque, como dice Fierro: “El que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen.” Y los argentinos no nacimos para ser esclavos de la ambición de unos pocos. La pregunta es: ¿seguiremos siendo cómplices del desastre o nos animaremos a cambiar el rumbo?