Un viajero llegó a un pequeño pueblo perdido entre colinas. Mientras caminaba por los senderos polvorientos, algo le llamó poderosamente la atención: en muchos árboles, paredes y cercas, había blancos de tiro perfectamente dibujados. Pero lo más sorprendente no era eso, sino que en el centro exacto de cada uno, clavada en el mismo corazón del blanco, había una flecha.
Uno tras otro, todos los disparos eran impecables. No había margen de error, ni una sola flecha fuera de lugar. El viajero, maravillado por tal perfección, no pudo evitar preguntar a los vecinos:
—¿Quién es el arquero que ha hecho esto? ¡Jamás vi una puntería semejante!
—Es un niño del pueblo —le respondieron —. Vive allá, cerca del molino.
El viajero, más curioso aún, fue en su búsqueda. Encontró al niño jugando con un arco de madera y un carcaj improvisado. Se acercó y le dijo:
—¿Sos vos el que hizo esos disparos?
—Sí —respondió el niño, con total naturalidad.
—¡Pero son perfectos! Cada flecha está justo en el centro del blanco. ¿Cómo hacés para tener tanta puntería?
El pequeño arquero toma su arco, mira el árbol, apunta…y, dispara. Tranquilo, toma una lata de pintura y un pincel blanco, se acerca al lugar donde cayó la flecha y… pinta un blanco perfecto a su alrededor. No apuntaba al blanco, pintaba el blanco donde caía la flecha.
El chico sonrió y le dijo:
—Fácil… primero disparo la flecha. Y después dibujo el blanco alrededor.
Apuntar con intención es valiente. Es asumir que quizás erremos, pero que vale la pena intentarlo porque sabemos por qué lo hacemos. No se trata solo de lograr cosas: se trata de elegir con conciencia qué vale la pena lograr.
Esto no te pasó a vos, nos pasó a los dos
A veces vivimos así: actuamos primero, sin pensar demasiado, y después justificamos el camino. Nos convencemos de que era lo que queríamos, cuando en realidad solo acomodamos el blanco a donde cayó la flecha.
John Locke, el psicólogo estadounidense reconocido por ser un pionero en la teoría del establecimiento de metas, sostenía que una dirección clara y desafiante es clave para el esfuerzo con sentido. Y destacaba algo interesante: la motivación más poderosa aparece cuando sentimos que hay un 50% de posibilidad de lograrlo. Esa incertidumbre —ni fácil, ni imposible— nos obliga a enfocarnos, a esforzarnos de verdad, a crecer.
Cuando tenemos claro a qué apuntamos, cada acción se vuelve significativa. Si no, vivimos acumulando tareas, decisiones, movimientos sin dirección real. ¿Y vos? ¿A qué estás apuntando?
El estiramiento personal
Las metas difíciles no solo nos empujan a dar más: nos transforman. Nos obligan a aprender, a salir del piloto automático, a estirarnos. Ese tipo de desafío, el que está justo al borde de lo que creemos posible, nos saca de la comodidad y nos lanza al terreno donde ocurre la verdadera evolución personal.
No es una cuestión de éxito o fracaso. Es una cuestión de crecimiento.
Disparar sin apuntar puede parecer más fácil. Incluso más cómodo. Pero solo quienes se atreven a mirar de frente el blanco, a apuntar con claridad y tirar la flecha con intención, conocen el sabor de los logros que de verdad importan.
Nos pasa con el trabajo, con el rumbo de vida, con las amistades…
Tal vez de niño sueña con un trabajo excitante, con hacer algo con sentido, sueña con vínculos que nos hacen vibrar, con gente que nos inspire a ser mejores. Pero el tiempo pasó, la rutina se instaló, y un día nos descubrimos diciéndonos: “bueno, esto es lo que quería ¿no? Seguridad, estabilidad. Una familia”.
La historia de las medias y una lección sobre el tiempo, el dinero y lo esencial
Pero vivir siempre jugando en territorios seguros, siempre conformándonos con dibujar el blanco después de haber disparado la flecha, es vivir en una zona de pseudo-confort. Es quedarnos atrapados en una rutina donde aparentamos haber acertado, cuando en realidad solo acomodamos las metas para que encajen con los resultados.
B’Av, el día del amor
En el judaísmo, hoy es Tu B’Av, el día del amor. Por eso te invito a hacer este ejercicio.
Sentate un momento y recordá esos sueños que tenías cuando eras más chico o chica, o incluso antes de casarte. ¿Qué querías? ¿Qué soñabas? Ese era tu blanco. ¿Y dónde está hoy tu flecha? ¿Apuntaste bien? ¿O simplemente tiraste y después acomodaste el blanco?
Si la flecha no dio en el blanco, no pasa nada. Podés mejorar tu tiro, practicar, ajustar la puntería. Pero no caigas en la mediocridad de vivir siempre en ese lugar donde “el blanco está porque la flecha ya fue disparada”, solo porque llegó la fecha o porque eso “se supone” que es lo que querías.
Recordá cuál era ese blanco. Observá dónde está hoy tu flecha. Y ahora pensá: ¿qué camino podés construir para que flecha y blanco se acerquen? Estirá tus límites, mejórate, cambiate a vos mismo. No cambies el blanco —a menos que realmente ya no sea posible—, cambia la manera en que tirás la flecha.
Y si hoy ese blanco te parece imposible, no te desanimes. Ajustalo un poco, hasta llegar a ese punto que Locke llama “el 50% de posibilidad de logro”: un objetivo que no sea ni demasiado fácil ni inalcanzable, que te desafíe de verdad, que te obligue a esforzarte y crecer, pero que sea posible alcanzar con compromiso y paciencia.
Reitero, No se trata de tirar todo por la borda. Se trata de volver a mirar. Volver a elegir. Volver a apuntar.
Porque el amor, como la vida, no se trata de conformarse, sino de construir. De no dejar que el tiempo nos adormezca el deseo. De recordarnos que todavía podemos soñar.
Apunta a las estrellas. Y si fallas, llegarás a la luna.
Buen fin de semana.
(*) Rafael Jashes – Rabino