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Cómo hizo un médico para sobrevivir a 25 paros cardíacos: “El llanto de mi hija fue la milagrosa salvación”

Apenas hay una ducha de cinco minutos entre ser una persona sana a estar primero en la lista de emergencia nacional para un trasplante. “No somos nada, por eso siento que, en esta segunda etapa de la vida, disfruto un poco más que en la primera… Pero sólo un poco más, eh, porque somos así, no cambiamos, no aprendemos, nos cuesta dar un giro de 180 grados y modificar el ritmo de vida que llevamos. Yo me cuido pero más porque estoy grande que por otra cosa”.

Médico obstetra y ginecólogo, Jorge Rodríguez Kissner (63) no es de aferrarse a fechas, pero es consciente y difunde, principalmente, el 30 de mayo, Día Nacional de la Donación de Órganos, pero reconoce que no le da tanta cabida al 29 de septiembre, Día Mundial del Corazón. “Aunque ahora que lo decís, ¿debería interesarme más, no? Parece que soy difícil de matar”. Sonríe desinteresado.

La vida le dio una segunda oportunidad a Rodríguez Kissner, quien a fines de 2008 el destino le tenía preparado una sorpresita. El jueves 11 de diciembre de aquel año, el doctor llegó de noche, tarde, a su casa de Berazategui, luego de una intensa jornada de trabajo. “Tan tarde era que todos dormían. Yo me comí tres empanadas que habían sobrado, me tomé un vasito de vino y como estaba muy acelerado, me tomé una pastillita para dormir… Estaba agotado, pasado de rosca. Hacía poco que me había mudado y acababa de terminar de construir la pileta”.

En el medio de la noche, el llanto de Martina, su hija de por entonces 7 años, despertó y sobresaltó al médico, que se acercó a su habitación. “Me dijo que le dolía la panza, pero siguió durmiendo y yo me volví a mi cama. Pero un rato más tarde la volví a escuchar llorar, la revisé y no noté nada raro. pero le dije a mi mujer que la iba a llevar al hospital donde yo trabajaba, sólo por las dudas que fuera una apendicitis. Me metí en la ducha para luego desayunar, cambiarme y arrancar la jornada”.

Sin previo aviso, sin malestar alguno, Kissner empezó a sentirse mal en la ducha. “Me tocaba para ver el pulso en la muñeca y nada, me puse los dedos en la carótida y nada, no sentía nada… ‘¿Estoy en medio de una pesadilla?’. No entendía nada. Desorbitado, salí de la ducha, agarré mi estetoscopio y me ausculté… Tenía como 200 palpitaciones por minuto. Me fui al cuarto, mi mujer todavía dormía, pero la desperté y le pedí que me llevara de urgencia al Hospital de Berazategui y que de paso viniera nuestra hija, para que la revisaran”.

El obstetra Jorge Rodríguez Kissner junto a su mujer Gabriela y sus tres hijosEl obstetra Jorge Rodríguez Kissner junto a su mujer Gabriela y sus tres hijos

A partir de ese momento, la vida del obstetra ingresó en una insospechada cuenta regresiva. Luego de varios diagnósticos fallidos, el propio Kissner les dijo a sus colegas que lo revisaban: “‘Muchachos, lo que tengo es una miocarditis severa autoinmune’. En la Argentina no hay sobrevivientes, es así, no zafás y en Estados Unidos creo que son tres lo que pudieron contarla. Lo que yo tuve le puede pasar a cualquiera, es algo súbito. Yo me había hecho diez días antes un chequeo general y estaba perfecto”.

No se siente Highlander, “simplemente no me tocó”. Volvemos a finales de 2008. “En el Hospital de Berazategui me dieron antiarrítimicos y me derivaron al de Alta Complejidad El Cruce. Me estaban por llevar en ambulancia y le pregunté a Gaby, mi mujer, cómo estaba Martina, mi hija y me respondió que no tenía nada, que tenía un pedo atascado”. No duda Kissner que aquel llanto madrugador fue un milagro. “Esa nada que tenía mi hija fue mi salvación, porque estoy convencido que, de lo contrario, hubiera seguido el sueño de los justos y no la contaba”.

Se recuerda perfectamente en aquel trance. “Para peor yo estaba lúcido, consciente de todo lo que me pasaba y sabiendo que eran los últimos minutos de mi película. Era una etapa de temor, de dolor, porque sabía que me estaba por morir. Tenía claro lo que padecía y no podía dejar de pensar en mi familia, en Martina, Sofía y Juan, y en mi mujer. ‘Los voy a dejar huérfanos, ¿cómo van hacer para seguir adelante?’, me traumaba. También pensaba, irónicamente, en la pileta que había terminado de hacer construir y estaba lista para estrenar en aquellos días de tanto calor”.

La cabeza de Kissner era un disparador de diapositivas. Su corazón, hecho añicos, empezaba a tomar protagonismo. “Entre el 12 y el 21 de diciembre tuve 25 paros cardíacos. Prácticamente no había nada que hacer. Ya me habían vuelto a derivar porque no podían estabilizarme, y desde el 18 de diciembre me encontraba en la Fundación Favaloro, donde por primera vez escuché sobre la posibilidad de un trasplante”.

“Sólo me acuerdo del infierno que viví cuando veo las marcas que quedaron en mi cuerpo”, comenta el doctor Kissner sobre lo vivido a finales de 2008.

Días después, el 21 de diciembre, le dieron una noticia que le hizo tener miedo por primera vez: “Me avisaron que me iban a conectar a una centrífuga, es decir, a una bomba de circulación extracorpórea, que permitiría la circulación sanguínea. Me iban a inducir a un coma farmacológico y de verdad no sabía si iba a volver”.

En la vida cotidiana, la salud del doctor Kissner se seguía con la intensidad y el rating de un reality-show. “Mi cara estaba todo el tiempo en los medios, era como un caso Loan, pero sobre un trasplante que se hacía desear, pero daba mucho rating”.

El médico estaría conectado a la “centrífuga” que mantendría la actividad de mi corazón hasta que apareciera el eventual donante del corazón. “Tenía pocas posibilidades de poder aguantar, por eso me empecé a mentalizar que la muerte estaba al caer… Yo sabía que conectado aguantaría entre cuatro y siete días como máximo, porque después es lógico que empiezan a surgir todo tipo de complicaciones. Pero me mantuvieron enchufado 15 días, que fue cuando apareció el corazón del donante. El trasplante empezó el 4 de enero de 2009 y terminó en la madrugada del día 5. Fue un regalo de Reyes”.

Fueron 45 días de coma, incluida la cirugía que le devolvió la vida. “La recuperación fue una odisea”, grafica. “Recién al mes, después de horas de rehabilitación y kinesiología me pude poner de pie y a los pocos días, con andador, me fletaron de la Favaloro porque como era un inmunosuprimido estaba en constante riesgo de infección”.

“Donar un órgano, donar un corazón, con lo que un corazón significa, es es estado de bien más puro que pueda existir”, asegura el médico Rodríguez Kissner.

Kissner tenía un corazón valiente que soportó batallas imposibles contra 25 paros cardíacos y unas ganas de vivir que hasta ni él se imaginaba. “Estuvo clara que no quería tirar la toalla, era joven, tenía 47 años y mi familia bancó la parada de una manera increíble. Volver a casa fue tan maravilloso como una tortura, porque me dolía todo. Si ves las marcas de mi cuerpo, pensarías que estuve en la guerra”.

Dice que hoy se siente una persona “bastante parecida” antes del fatídico 11 de diciembre de 2008. “Sí estoy más viejo y admito que no tengo la locura de antes. ¿Qué aprendí? Me pude poner en los zapatos del paciente con más conciencia y eso me permitió ser un médico más humano y reflexivo”.

Entró al quirófano con 112 kilos y llegó a su casa cargando 74 kilos. “Siete meses después del trasplante volví a mi consultorio y a las pocas semanas ya estaba dando a luz una vida. Me acuerdo que en ese preciso instante pensé: ‘qué hermosa que es traer vida al mundo… Qué estoy haciendo acá cuando yo estaba casi adentro del cajón”.

No es de dar mensajes el doctor, pero “para el Día Mundial del Corazón diría que donar un órgano, donar un corazón, con lo que un corazón significa, es el estado de bien más puro que pueda existir. Es el bien por el bien mismo de parte de una persona totalmente desconocida- ¿El futuro? Todo lo que venga es yapa y yo agradecido, porque llevo una sobrevida que superó el promedio”.

PS

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