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Machitos paranoicos

Cuando éramos niños, decíamos “espejito, espejito”. En el juego, era un mecanismo casi mágico. Lo que venía del otro lado, el insulto, la agresión, lo que fuera, podría diluirse en ese rebote simbólico. Lo que nos decían tenía efecto sobre el que enviaba el mensaje. Como diría Mauricio Macri, “los insultos hablan de quien los profiere”. Casi como en el cuento de Blancanieves: ese espejo que iba hacia el otro nos decía un poco lo que queríamos escuchar. El insultado era el otro. El otro era una dimensión inmensa que, de alguna manera también se veía reflejada en el espejo. También, cuando fuimos niños, Lewis Carroll nos enseñó todo el abismo que podría abrirse cuando ese espejo se rompiera: una aventura o, también como quiere la superstición, la desgracia.

Con el tiempo, ese “espejito, espejito” se transformó en una especie de psicopatología de la vida cotidiana, parafraseando algún título célebre del psicoanálisis. Psicopatear es un término que suena a psicología, sí, y quizás encierre algo de su significado original, pero en realidad es muy del uso cotidiano. Psicopatear es ese “espejito, espejito”, pero multiplicado. Describir en el otro lo que en realidad hace el que psicopatea. Por ejemplo, insultar diciendo que se es insultado. Con la irrupción de la ultraderecha, psicopatear se hizo método político. Javier Milei y el Gobierno transformaron ese mecanismo de defensa en una estrategia política.

Como en una tragedia griega: se inició un camino que puede llegar al autoritarismo

Esto no les gusta a los autoritarios

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Psicopatear, psicopateo: una forma superior de la chicana. Un método. Explica lo que muchos definen como la escalada autoritaria del Gobierno.

Leer a los pensadores previos al surgimiento de los autoritarismos de derecha del siglo XX puede ser muy aleccionador en más de un sentido. Como se dice, pensadores como Theodor Adorno o Walter Benjamin, por citar solo a dos de una lista de imprescindibles, la vieron: entendieron que lo que se venía era algo no solo político. Había algo en la cultura, en la historia, en el psiquismo, preparado para anticipar el terror que sobrevendría. Además de aleccionador es desesperanzador, porque ninguno de los que la vieron pudo evitar el resultado. Como en una tragedia griega: en algún lugar se inició un camino que, como en un juego de dominó, no pudo evitarse hasta el final. Cabe hacerse la pregunta: ¿es controlable la deriva autoritaria?

En psicoanálisis, el superyó representa la internalización de las normas sociales y morales. Se considera que las personas con tendencias psicopáticas tienen un superyó débil o ausente, lo que les permite actuar de manera antisocial sin la influencia reguladora de la conciencia. Dicho en términos políticos: no importa demasiado lo que se dice. Lo importante es, sería, manipular. No importa que se haya dicho que dolarizaría y que luego lo que se aprecie sea el precio. No importa decir en algún momento que China es comunista y al tiempo que es gente muy razonable con la que se pueda negociar. No importa decir que el PRO se retira de una elección. No importa decir que una periodista prestigiosa como Julia Mengolini es incestuosa. La clave está en que hay algo que va más allá de la conciencia y por tanto de la racionalidad que construye otro sentido. Sí, “espejito, espejito”.

Algo que no está en la política, tal como la conocemos en la democracia. Algo que tiene que ver con mecanismos más complejos. Aquí Adorno brinda algunas claves. El pensador alemán no consideraba la paranoia solo como una patología individual, sino también como un rasgo social, donde los individuos, sometidos a condiciones de explotación y opresión, pueden desarrollar una visión distorsionada de la realidad, percibiendo amenazas y conspiraciones en todas partes. Esta visión, alimentada por la desconfianza y la incertidumbre, puede hacer a las personas más susceptibles a discursos paranoicos y autoritario.

El axioma de la agresión es: “él o yo”, poniendo el énfasis en lo masculino

El psicoanalista Gustavo Dessal escribió un texto que se llama “Ya verás cuando papá venga esta noche”. Dice lo siguiente: “En uno de los actos llevados a cabo en la campaña presidencial de Donald Trump del pasado año, un presentador de la cadena Fox News intervino y empleó una metáfora que podría ser la primera frase de una distopía. “¿Sabéis lo que dice papá cuando llega a casa? Dice que os habéis comportado como una niña traviesa y que merecéis ya mismo una buena paliza en las nalgas”. De inmediato, una de las innumerables empresas de Trump sacó a la venta toda clase de mercancías (camisetas, gorras, tazas) con el eslogan “Papi está en casa”. Esta versión patriarcal y reaccionaria que profesan sus seguidores se corresponde con la imagen autoritaria y tiránica del superyó más clásico expuesto por Freud. El superyó que castiga, que prohíbe y que trata al yo como si fuese un niño pequeño es la internalización de una figura que permite entender que el goce masoquista de ser pegado equivale en el inconsciente a la satisfacción de ser amado por el padre omnipotente. Muchas personas siguen preguntándose cómo un pueblo o buena parte de él es capaz de apoyar a líderes que los humillan, que se ríen en su cara de forma indisimulada, que los rebajan a la categoría de niños que no saben lo que es bueno, y a los que hay que educar sin pérdida de tiempo, empleando los métodos clásicos del patriarcado que –no lo olvidemos– sigue vigente en las tres cuartas partes del planeta”.

La paranoia es la cara oculta de la psicopateada política. Otro psicoanalista, Sergio Zabalza, explica que en la paranoia y en la agresión hay un rasgo masculino: “El axioma paranoico es: Él o Yo. Pongo el acento en el rasgo masculino de la opción, porque por más que se trate de una paranoica, en la paranoia hay un goce fálico desamarrado de toda regulación”.

En el insulto del que dice ser insultado hay paranoia. Una paranoia muy de los hombres de la ultraderecha. En una entrevista radial de este fin de semana, la politóloga Antonella Marty dio otra clave interpretativa: “Si la ultraderecha triunfa en la batalla cultural el resultado es lo que muestra la novela y la serie El cuento de la criada: una sociedad de varones, supremacista, heteropatriarcal”. Agreguemos: y de hombres asustados. Que hacen política paranoica. Quizás porque de niños supieron que papá en casa también puede ser un peligro.

*Periodista.

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