Deseoso de mostrarse moderado, conciliador e inofensivo, Leandro Santoro reivindicó estos días el “modelo económico” de Israel de 1985. Amigo de Alberto Fernández, candidato de TODO EL PERONISMO en las pasadas elecciones de CABA, lo suyo no es solo insensibilidad. Condensa un programa que, aun con matices, abarca al conjunto de las fuerzas políticas capitalistas locales.
En Argentina, el vínculo con el Estado de Israel adquiere rango de, valga la redundancia, política de Estado. Un vínculo que resulta inescindible, también de la subordinación a los dictados de EE.UU. y del capital internacional. Si la gestión Milei escenifica ese alineamiento bajo formas obscenas, el resto de las fuerzas políticas que ocupan u ocuparon porciones del aparato estatal suma su parte a esa intrincada relación que implica lazos comerciales, acuerdos de cooperación y vínculos a nivel de políticas represivas y espionaje. Eso explica, en parte, el silencio estridente que recorre al peronismo ante la masacre en curso. Las voces de condena son pocas; y demasiado moderadas.
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El mundo transita en sentido contrario. La barbarie genocida abre grietas. En el poder, donde gobiernos hasta ayer aliados de Netanyahu deben pronunciarse. Al interior de Israel, donde crece el grito de rechazo a la masacre. Ese alarido de dolor y bronca de las y los jóvenes que irrumpieron en el Gran Hermano israelí. Ese rugido de rebelión de los refuseniks, jóvenes que eligen voluntariamente la cárcel, antes que integrar las FDI y convertirse en armas asesinas de niños y niñas hambrientas.
La creciente oposición debe perforar una densa muralla. Un nacionalismo conservador apoyado “en el asco, el resentimiento y un amor cuidadosamente cultivado por el propio país” (Eva Illouz) aporta a la matriz ideológica de la sociedad israelí.
Yuli Novak, directora de la ONG israelí B’Tselem, acaba de consignar en el diario El País que su informe sobre el genocidio en Gaza fue prácticamente censurado: “La prensa israelí no lo publicó, más allá del diario Haaretz y otro medio. La mayoría de los israelíes no sabe o no le importa lo que ocurre en Gaza porque todo está justificado por la necesidad de defendernos”.
Ceguera auto-inducida. Como en La ciudad y la ciudad -magistral novela de China Miéville-, las cosas están ahí, pero no deben verse. Están los muertos y asesinados; las y los niños famélicos, vestidos con trapos y sus propios huesos; los escombros de un país arrasado, destruido con misiles fabricados en Estados Unidos o Alemania.
Pero el mundo ve; se conmueve; llora. Corta avenidas y calles; interrumpe la carga de armas en los puertos; denuncia el genocidio atroz. A lo largo del planeta, para cientos de millones, Israel es ya un Estado asesino. La historia dictará la duración de esa condena. Recordará, también, a los muchos cómplices del sionismo. Vergüenza nacional, Javier Milei posiblemente halle un lugar en ese despreciable panteón.
¿Recordará a quienes guardaron silencio?
Un completo fracaso
Incapaz de desafiar el statu quo internacional, el peronismo evidencia la misma moderación puertas adentro. La gestión del Frente de Todos enterró en el olvido términos como “soberanía”. Guiando la mano de ministros y funcionarios, el FMI delineó un ajuste que hundió a jubilados y trabajadores mientras se disparaban la inflación y la pobreza. Activos garantes de la propiedad privada, fueron peronistas como Kicillof los que enviaron la represión contra las familias pobres de Guernica. Fueron, también, peronistas, quienes retrocedieron en pánico a la hora de expropiar Vicentin. Cobardía de clase.
Derrotado políticamente, el peronismo trasladó su fracaso al llano. Fraccionado entre colaboracionistas abiertos, cómplices silenciosos y opositores de palabra, el pan-peronismo funcionó como soporte vital de la gobernabilidad mileísta. Limitando y desarmando la resistencia social, las burocráticas conducciones sindicales y sociales jugaron un rol central. El discurso político se aggiornó. Aún más. Sí. Aún más. Se asumieron como propios tópicos como la reforma laboral (“actualización”) o la agenda de privatizaciones.
Derrotada moralmente, la última capitulación de la conducción peronista consiste en el abandono de la lucha contra el encarcelamiento y la proscripción política de Cristina Kirchner, su dirigente más representativa.
Ante la crisis rompa el vidrio: populismo de emergencia
Engullido por su propio personaje, Grabois apuesta al cualunquismo político; rompiendo fronteras político-ideológicas para hablarle a los desencantados con Javier Milei. Esa parece la única racionalidad posible detrás de la reivindicación de ese Bannon “católico”, “humanista” y “enemigo” de la oligarquía tecnológica de Sillicon Valley. Buceando en el barro, el dirigente de Patria Grande busca votos en la desesperanza desesperanzada de quienes votaron por La Libertad Avanza.
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Ansioso por resucitar un peronismo en estado catatónico, Grabois ofrece como producto un populismo desde abajo, enemigo de las elites que, al mismo tiempo, reniegue de la lucha de clases en aras de un fantasmagórico “humanismo”. Un modelo que, conciliando intereses sociales, convoque a la unidad con fracciones del empresariado.
Lo grafica en las últimas páginas de su último libro, donde propone “construir un vínculo sano, sin amiguismos, con reglas claras, entre la dirigencia política y el empresariado (…) que permitan al empresariado obtener una rentabilidad que recompense su iniciativa y los riesgos tomados, contar con un Estado que sea un socio en términos de servicios e infraestructura”.
Peronismo 2.0: Estado eficiente y “presente” para el gran empresariado. Conciliación con los fugadores y saqueadores, que hacen ganancias a costa del hambre, el desempleo y la pobreza.
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La política capitalista local está rota. El PRO culminó su disolución, entregado directamente a Karina Milei. El experimento gubernamental liberal-libertariano sufre sus propias vicisitudes. Los números de las encuestas no dicen todo: la polarización electoral no equivale a fortaleza o vitalidad del Gobierno. Para millones, Milei es el mal menor. Y todo mal es soportable solo por cierto tiempo.
La profunda crisis de representación política conforma una oportunidad para los explotados y oprimidos: la posibilidad de construir su propia fuerza política. De edificar un partido de la clase trabajadora, que unifique los intereses de quienes están diariamente obligados a vender su fuerza de trabajo.
Que una a quienes extraen petróleo en Neuquén o Chubut; hacen circular el subte en CABA; cosechan limones en Tucumán o ajo en Mendoza; pedalean horas en bicicleta, esclavizados por una app; fabrican aceite en Santa Fe o autos en Córdoba. La fuerza de las y los cientos de miles de docentes que garantizan educación a millones de niños, adolescentes y adultos. De esa multitud de enfermeras, médicos, especialistas, psicólogas y trabajadoras sociales que garantizan la salud pública y privada. En resumen, la fuerza de quienes mueven el país y mueven el mundo.
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Aun fraccionada por la ofensiva neoliberal de las últimas décadas, la clase trabajadora conforma un actor social central. A pesar de las traiciones de la CGT, cada paro nacional calibra su capacidad para desarticular la economía. Estatizando los sindicatos, la dirección del peronismo convirtió esa fuerza social en “columna vertebral” de un proyecto político cuya cabeza postula, a lo sumo, negociar un poco mejor con el gran empresariado. Versionadas por Kicillof o por Grabois, las “nuevas melodías” son puro refrito de un programa agotado.
Para no volver a los fracasos del pasado, la clase trabajadora necesita su propia canción. Con letra y música compuestas en las múltiples experiencias de resistencia en curso; en las muchas batallas de clase que cruzan el territorio nacional. Escritas, desde ahora, en el debate democrático entre distintos sectores combativos y antiburocráticos. Con una partitura que incluya la necesaria pelea por recuperar las grandes organizaciones sindicales: un nuevo partido de la clase trabajadora tiene que contar el protagonismo de esos millones.
Es tiempo de decir basta. De romper el círculo de impotencia al que condena la estrategia del mal menor. De superar el umbral de un posibilismo político, que acorta cada día su horizonte. De dejar atrás ese partido que se inspira en Bannon mientras guarda silencio frente ante un genocidio.