Son tiempos feos, tristes estos de Independiente. Tiempos de jugadores y técnicos que no quieren ir; otros que se quieren rajar; otros a los que les da igual; otros que apenas si usaron un par de veces esa gloriosa camiseta y aparecen en forma de demandas multimillonarias porque les arreglaron salarios de estrellas y no se los pagaron.
Que en épocas así esté desde el viernes, bien a la entrada del estadio, el monumento a Miguel Ángel Santoro debería ser un paso inspirador para que el club se encamine a recoger del suelo los pedazos del desastre y vaya por el prestigio perdido.
Son tiempos en los que un entrenador no le está acertando tanto a la táctica, la formación o los cambios, pero fue lapidario con una frase diagnóstica: dijo que hoy, Independiente es grande solo por su historia y por su gente.
De esa historia, Pepé Santoro es un actor central. Jugó más de una década en el equipo que cimentó la fama internacional del club, arrasó con torneos locales, copas Libertadores, Interamericana y la Intercontinental a un solo partido, de visitante, contra la Juve.
Un hombre que, en el país, solo jugó en el Rojo, y que después volvió para trabajar con pibes; a los 82 años, sigue siendo acaso el mejor scouter de arqueros del fútbol argentino, al que le brindó a Dibu Martínez, dos campeones del mundo juveniles (Ustari y Leo Franco) y tantos más… Gabbarini, Assman, el Ruso Rodríguez, Albil y los dos Molina, Emiliano y Lucas, que tenían futuros venturosos y se fueron de la vida en plena juventud.
Estuvo en las malas para poner la cara, como DT interino y hasta para respaldar con su imagen y predicamento la colecta de Maratea. Sigue estando.
Y estará siempre, en esa estatua detrás de la platea Erico, con su histórico saludo de brazos en alto, para guiar la reconstrucción de su querido Independiente.
Santoro descubrió a Dibu Martínez cuando era un pibito.
Con él de arquero, Independiente coleccionó trofeos.
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