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La isla paradisíaca del Caribe con selvas tropicales y playas volcánicas

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Desde lo alto del Morne Fortuné, mirando hacia la bahía de Castries, no cuesta imaginar por qué Derek Walcott, premio Nobel de Literatura en 1992, nacido en Santa Lucía, vio en su tierra natal un escenario épico. Ese paisaje seguramente lo inspiró a su obra cumbre, el largo poema Omeros. Se trata de una versión libre, moderna y caribeña de la Ilíada de Homero. Walcott traspuso bajo la amenazante sombra del volcán Soufrière personajes y escenas de los antiguos mitos griegos.

El punto de partida parece evidente, porque la propia Santa Lucía se conoce como “la Helena del Caribe”: al igual que la esposa de Menelao, la isla fue objeto de tragedias y guerras.

Santa Lucía se conoce como “la Helena del Caribe”fokke baarssen

Si los holandeses abandonaron muy pronto la partida, no fue el caso de los franceses e ingleses, que se la arrebataron una y otra vez en catorce ocasiones a lo largo de la historia. Más que ninguna otra isla del Caribe. De aquel pasado turbulento quedan cañones en las playas, que sirven ahora como elementos decorativos en los jardines de los resorts todo incluido que se instalaron en los mejores sitios de la costa norte, no muy lejos de Castries.

Si Santa Lucía es un poema épico, su microcapital invita a pensar en una novela realista. Bajo el soplo de las epopeyas se esconden otras realidades más difíciles que las vividas en los hoteles de lujo. Entre los modernos edificios administrativos, la vegetación permite divisar la parte más precaria de la ciudad. Sin embargo, basta alejarse un poco para descubrir la verdadera belleza de la isla, en sus valles interiores o en sus playas y costas. La naturaleza puso su mejor empeño para darle toda la belleza del mundo a esa Helena americana.

Buena parte del patrimonio de Santa Lucía está relacionado con las disputas históricas entre Francia y Reino Unido

Para ir desde el aeropuerto hasta los complejos hoteleros —que suelen estar en la región de Castries— hay que cruzar la isla de una punta a la otra. Una sola ruta principal cruza las montañas y los valles desde la costa atlántica a la caribeña. Atraviesa pequeños pueblos costeros que todavía llevan nombres de aristócratas franceses del siglo XVIII, como Micoud o Dennery. Son localidades que muestran sin maquillaje la realidad de esta isla, que fue una de las últimas en independizarse del Reino Unido y desde entonces no ha logrado alcanzar los niveles de desarrollo que ostentan otras excolonias británicas en la región, como Barbados o Antigua & Barbuda.

Luego de cruzar las montañas centrales se llega a las costas del mar Caribe, con sus aguas tranquilas y transparentes. Allí se encuentran también las principales postales, como Pigeon Island o los famosos Pitons, esos conos volcánicos de más de 700 metros que caen a pique en las aguas del mar. Figuran en los murales de Castries y en los recuerdos que los turistas suelen llevar a su casa. Dieron también su nombre a la cerveza local, uno de los pocos productos hechos en Santa Lucía.

Seguramente hicieron pensar a Derek Walcott que “la poesía, como el mar, no tiene explicación”. Al menos que se haya estudiado geología, ya que estas curiosas pequeñas montañas son en realidad los puntos más altos de un cráter volcánico hundido bajo el agua.

Árboles en la ladera de Pigeon Island, Santa Lucía, con los complejos turísticos de Rodney’s Bay a lo lejosAngela N Perryman

Santa Lucía es una tierra de volcanes dormidos, selvas húmedas y playas de arenas blancas o negras, donde todo parece haber sido dispuesto para inspirar a poetas y viajeros. Por esto no es una mala idea apelar a los versos de Walcott para guiarse.

Se empezaría así el viaje en Castries, su ciudad natal, donde el Centro Cultural lleva su nombre y celebra su legado a través de exposiciones, lecturas y teatro. En la plaza central, un busto del poeta da la bienvenida a los visitantes que llegan por mar o por tierra. En toda la ciudad, las escenas y las horas del día recuerdan algunos de sus versos: sean pescadores que madrugan en los muelles, voces de vendedoras en el mercado o fragmentos de conversación en créole -o patwa-. Walcott supo narrar la isla no como una postal turística, sino como un espacio vivo, donde la historia y el paisaje son inseparables.

Santa Lucía es única por muchos motivos, pero cuando sus delgados se sientan en los bancos de la ONU representan al único Estado del planeta que lleva el nombre de una mujer. Lucía de Siracusa fue una mártir cristiana que vivió en Sicilia a fines del tercer siglo de nuestra era.

Se dice que fueron unos marineros franceses quienes bautizaron la isla con ese nombre, porque llegaron a sus costas un 13 de diciembre. En realidad, uno de los primeros globos terráqueos confeccionados luego de la llegada de Colón a América, conservado en el Vaticano, ya indicaba la presencia de una isla llamada Sancta Lucía. Sea quien sea que la haya llamado así, hizo caso omiso de su nombre original. Para los pobladores caribes era Hewanorra, y antes de ellos, para los arawaks era Louanalao. En ambos idiomas se trataba de la “isla de las iguanas”.

El lejano pasado preeuropeo de la isla logró subsistir hasta el día de hoy y las estadísticas de Santa Lucía reconocen oficialmente a algunas comunidades de descendientes de caribes, las últimas en la región. La casi totalidad de la población es de ascendencia africana, hija de esclavos traídos por colonos holandeses, franceses e ingleses para trabajar en las plantaciones. Sus voces encuentran también un eco en los versos de Derek Walcott. En otra de sus obras se puede leer: “Y digo al antepasado que me vendió, y al antepasado que me compró: no tengo padre, no quiero tal padre, pero puedo entenderte a ti, el fantasma negro, a ti el fantasma blanco, cuando ambos susurran la palabra historia”.

El viaje guiado por la sombra benévola del poeta y sus rimas nos lleva luego desde Castries hasta Soufrière, en la costa suroeste. Allí se admira la postal de los Pitons, clave en el imaginario de Walcott. En sus poemas, estos picos son mucho más que formaciones geológicas: son testigos de la historia colonial, del sufrimiento de los esclavos, de la resistencia cultural y de la continuidad del paisaje como archivo de la memoria.

En la otra punta de la costa occidental de la isla, el recorrido incluye también Pigeon Island, que con sus ruinas militares y vistas panorámicas evoca las tensiones entre los imperios francés y británico que marcaron el pasado de la isla. Es un lugar ideal para reflexionar sobre el mestizaje lingüístico y cultural que Walcott exploró en su obra. Es además un sitio ideal para descansar frente a una maravillosa vista.

Se suele ir a Santa Lucía con una malla, ojotas y crema solar en la valija. Pero no es mala idea llevar también alguna de las obras de Walcott. Esa isla es un poema épico que se puede vivir y experimentar como tal. En Santa Lucía, cada rincón tiene su metáfora, cada sendero su verso oculto.

La plaza Derek Walcott en Castries, Santa Lucía Nenad Basic

Algunos tips

Se suele ir a Santa Lucía con una malla, ojotas y crema solar en la valija. Pero no es mala idea llevar también alguna de las obras de WalcottESTRELLA HERRERA/LUGARES

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