28, abril, 2025
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Francisco lo dio todo, pese a su frágil salud

El Arzobispo emérito repasó su amistad con el Papa, desde su época episcopal en Buenos Aires. En diálogo con el programa La Otra Campana, comentó: «Teníamos una gran amistad. Él pasó todos los días del Congreso Eucarístico Nacional (en 2004), cuando estuvo acá con nosotros», en Corrientes, comentó y recordó la enorme tarea «codo con codo» que realizaron ambos cuando integraron la mesa directiva de la Conferencia Episcopal Argentina.

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Monseñor Domingo Salvador Castagna fue entrevistado en el programa La Otra Campana, que se emite simultáneamente por LT 7 Radio Corrientes y LT 25 Radio Guaraní, de Curuzú Cuatiá.
En amena conversación con el periodista Gustavo Adolfo Ojeda, el Arzobispo Emérito de Corrientes hizo una semblanza de su amigo Jorge Bergoglio, quien luego fue ungido como Francisco, el Sumo Pontífice.
A continuación, el desarrollo de la conversación.
Usted lo conoció a su santidad el Papa Francisco, ¿qué aspectos sobresalen de su rico legado?
-Como todo, está en manos de Dios, como él mismo, está en buenas manos el legado de Francisco, pues está en manos de Dios. Creo que tenemos que esperar nada más lo que venga. Pero la Iglesia sigue caminando hacia adelante, haciendo la historia. Así lo entendía también Francisco, con mucha lucidez de mente y de corazón, Así que, bueno, nada más que eso. Pero lo importante es la personalidad de este hombre, que ha dejado una honda huella en la Iglesia y en el mundo, con su vida de austeridad, de apertura. No a innovaciones, sino a renovación del espíritu evangélico como tiene que ser, ¿no? Yo creo que su gran deseo, su gran propósito era renovarnos en Cristo. Por lo tanto, volver a Cristo, volver al Evangelio como corresponde. Por eso, en esos 12 años de su ministerio petrino, él dio todo lo que podía a pesar de su salud un poco frágil a veces, aunque, bueno, está bien que era anciano. Aunque, anciano, pero yo soy más anciano que él, ¿eh?
Usted también anda, yo lo veo siempre, con mucha vigencia…
-Lo traté mucho a Francisco. Trabajamos juntos, codo con codo, cuando él era el vicepresidente primero de la Conferencia Episcopal y yo era el segundo, y estaba entonces como presidente monseñor Eduardo Mirás, que fue arzobispo por Rosario y que ya falleció también. Y ahí trabajamos mucho. Éramos nosotros los tres y el secretario general, nada más. Y bueno, teníamos que afrontar todas las dificultades que se presentaban, como desafíos a la Iglesia de Cristo en nuestra Patria, sobre todo. Bueno, mucho. Por supuesto, yo soy mayor que él y yo le aventajo los años de sacerdote y del Ministerio Episcopal. De manera que, como siempre digo, yo le impuse las manos a Francisco cuando él recibió el Episcopado, participando con los demás obispos de esta consagración. Pero, además, teníamos una gran amistad. Él me apreciaba, veía que me distinguía con su trato cordial y fraterno siempre. Él pasó todos los días del Congreso Eucarístico Nacional que se realizó en Corrientes (2004); acá estuvo con nosotros. Por lo tanto, estábamos en contacto permanente con él. Además, viviendo todo aquello, palpitando con el corazón del pueblo. Estaba muy entusiasmado con el pueblo correntino, lógicamente. Como buen matero, tomaba mate casi constantemente. Cuando organizamos el Congreso, que yo estaba al frente, ¿no?, tenía que designar quién presidía las eucaristías diversas en esos días, que eran pocos, sólo cuatro días. Y yo le dije, uno vas a ser vos. Él era Primado de la Argentina, era Arzobispo de Buenos Aires. Y él dijo, no, tenés que ser vos. Me insistía, no, no, tenés que ser vos. Hágame caso a mí ahora, le dije. Y a Mirás, le dije también lo mismo. Vos también presidís otra. Después ya estaba el Delegado del Papa, que era el Cardenal boliviano, que ya murió también. Bueno, él presidió, por supuesto, dos misas, al comenzar y al final. Y yo le dije al Nuncio Apostólico que presidía la otra, las tres misas. Y me decían, ¿y vos qué vas a hacer? Y yo me reservo el acto mariano, que fue el sábado 4, que trajimos la imagen auténtica de la Virgen de Itatí, desde Itatí a Corrientes, muy esperado por la gente. Fue realmente algo muy hermoso.
También estuvo cuando Juan Pablo II vino a Corrientes.
-Bueno, le quería decir eso, sí, con respecto al Papa Juan Pablo II; me acuerdo cuando me dio el Palio Arzobispal en el año 1995. Yo tomé posesión de Corrientes en el 94. En el 95 fui a Roma porque el Papa me impuso el Palio. En ese momento tronaba, estaba lloviendo en Roma y me dice el Papa: «¡Cómo llovía en Corrientes!», mientras me ponía el Palio Arzobispal, ¡qué bueno! Digo, tantita como ahora, aquí más o menos, sí. Sí, llovía mucho, llovía mucho, sí. Yo estuve al frente de la Diócesis 13 años y medio. Después ya pasé a ser emérito y me sucedió monseñor Andrés. Ya tengo dos sucesores.
Muchos jóvenes manifestaron que se habían alejado de la Iglesia y ante la apertura de Francisco, volvieron.
-Sí, sí, plenamente. Yo creo que los jóvenes son muy sensibles a los grandes testimonios, como el de Francisco, como los de todos los papas anteriores, pero Francisco, como fue el último, lógicamente. Y la juventud es muy sensible a esos testimonios. Fíjese, ¿se acuerdan las famosas Jornadas Mundiales de la Juventud que las inició Juan Pablo II, pero organizadas por el actual beato Eduardo Pironio?, que fue cardenal y arzobispo de Córdoba, ¿sabe qué? Éramos amigos con Pironio, por eso siento, digo, ojalá me contagie un poco. Porque, qué hombre, qué hombre santo.
Entre los acontecimientos cruciales y fundamentales surgen los hechos del año 1999. ¿Usted se acuerda bien?
-Sí, totalmente, sí, sí. Tuvimos tanta dificultad y la gente acudió a la Iglesia. Yo los acompañé mucho, a todo el mundo en ese momento. De tal manera que algunos dirigentes políticos me decían, monseñor, estaba muy fea la cosa. Una anécdota solamente, que la digo siempre, con respecto de la función del Obispo en estos acontecimientos difíciles. Me acuerdo cuando el interventor federal, Ramón Mestre, cordobés, vino a verme, y estaban 150 carpas en la plaza 25 de Mayo, o de la Dignidad, y me dijo: «Monseñor, si usted viniera -porque claro, él sabía que no tenía mucha autoridad con la gente-, si usted viniera y le dijera que se levanten las carpas, las van a levantar, -me pedía él- desde el balcón de la Casa de Gobierno». Le dije: «Mire, doctor, no, no voy a hacer una cosa así, porque primero que yo estoy entre la gente, no en el balcón, yo estoy entre la gente. La misión del pastor es estar con ellos, y segundo, ellos van a levantar las carpas cuando lo crean conveniente, y hay que respetar la libertad de la gente». Y así fue. Él me dijo: «Tiene razón, Monseñor, tiene razón». Y así fue, fueron levantando, progresivamente, hasta que no quedó ninguna; pero eso lo hicieron ellos. Era muy importante decirle eso, sobre todo decir, mire, el lugar del pastor no es estar con las autoridades, allá en el balcón, sino es entre la gente. Yo estaba muy convencido de eso. Así que, bueno, quería comentar eso.

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