El domingo 15 de septiembre por la noche, mediante un discurso en el Congreso, Javier Milei presentó el Presupuesto 2025. Dejó gusto a poco por la falta de precisión y detalles sobre la orientación económica, más allá de reforzar por enésima vez el compromiso con el equilibrio fiscal.
Como en todo presupuesto, corresponde analizarlo sobre la base del escenario macroeconómico en el que se asienta. Así, el proyecto presenta una estimación de caída del PIB en 2024 del 3,8%, seguido por un rebote de +5,0% 2025 que, en teoría, estaría liderado por la inversión (+9,9%) y por las exportaciones (+7,7%), dejando rezagado al consumo privado (+4,5%) y al gasto público (+4,0%).
El Gobierno no pretende que el consumo privado recupere todo el terreno perdido durante 2024. Pese a ello, es optimista en cuanto al nivel de inversión, que debería crecer de la mano de las exportaciones, ya que según el proyecto el consumo privado en 2025 todavía sería un 2% inferior al de 2023 y difícilmente los empresarios inviertan con capacidad ociosa sin una expectativa de demanda pujante.
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El Presupuesto proyecta un superávit comercial con exportaciones por US$ 104.030 millones e importaciones por US$ 94.512 millones. Este profundo optimismo sobre el devenir del sector externo tiene varias aristas cuestionables.
En primer lugar, resulta difícil aventurar una demanda por exportaciones potente a partir de un escenario global como el actual. El recorte del 0,5% en las tasas de interés de la Reserva Federal fue interpretado como un indicio de que existe un riesgo considerable de recesión en la economía estadounidense. También en China se anunciaron recortes de tasas y medidas de expansión de la liquidez, evidenciando dudas similares respecto del ritmo de expansión de la actividad.
En segundo lugar, porque las mayores ventas externas tampoco vendrían de la mano de un aumento en el tipo de cambio real. En efecto, en cuanto a la inflación y tipo de cambio el Gobierno proyecta una completa convergencia, deslizándose ambas variables al unísono durante todo 2025. De esta forma, prevén ambos casos un incremento de punta a punta del año del 18,3%. Esto implica un dólar a fin del 2025 de $ 1.207. Como mostramos en un informe reciente, la trayectoria para el tipo de cambio nominal es exactamente consistente con una “tablita” donde el crawling-peg del 2% permanece inalterado hasta mayo de 2025 y desde allí se reduce al 1% mensual.
Sin precisiones sobre fuentes de financiamiento en dólares explicitas en el Presupuesto, los dólares para defender esta “tablita” son exclusivamente los del flujo comercial que, más allá de las anteriores consideraciones coyunturales, también es útil revisar en perspectiva histórica.
Justamente, por el lado de las exportaciones, los US$ 104.030 en 2025 suponen un incremento del 56,2% respecto del promedio de los últimos diez años, del 17,6% respecto al año de mayores exportaciones de la historia (2022) y del 33,8% respecto al año actual (asumiendo que en el último cuatrimestre se mantiene la tendencia de los primeros ocho meses). Estos valores parecen muy difíciles de alcanzar aun cuando se consideren mejores rindes de la cosecha (entre 2 mil y 4 mil millones más según la Bolsa de Comercio de Rosario) y aumento de las exportaciones energéticas (incremento de mil a 1.500 millones según consultoras especializadas). Dado que las exportaciones en 2024 rondarán los US$ 77.700 millones, sería necesario incrementar las exportaciones del resto de los rubros (sensibles a la actividad mundial y al nivel de tipo de cambio real) por un total de US$ 21.200 millones.
Asimismo, por el lado de las importaciones, el Gobierno asume que estas crecerán un 13,4% en valor, correspondiente a un 14,2% en cantidad y una caída del -0,7% en los precios.
Nuevamente, esta estimación parece resultar excesivamente conveniente, al menos bajo el supuesto de un crecimiento del PIB del 5,0%. Estos valores arrojan una elasticidad producto de las importaciones de 2,8. Pero si observamos las recuperaciones económicas de episodios anteriores de rebote, luego de la recesión, solo encontramos un valor similar en 2021, en un marco de mayores restricciones. En cambio, en el año 2017, con recuperación y apertura de importaciones (un esquema en teoría más próximo al actual), la elasticidad producto de las importaciones alcanzó 5,3 puntos (suba de importaciones del 14,7% sobre crecimiento del PIB del 2,8%). Esto significa que el crecimiento de las importaciones respecto del 2024 bien podría alcanzar el 25% si el crecimiento efectivamente llega al 5%. Obviamente aplica como para las exportaciones las observaciones previas respecto de la dinámica del tipo de cambio real, reforzada en este caso por la eliminación del impuesto PAIS.
En definitiva, se observa una fuerte inconsistencia en el proyecto de Presupuesto entre las estimaciones de crecimiento, las expectativas de la balanza comercial, el régimen cambiario y la inflación. Se sobrestiman las exportaciones dado el contexto y se subestiman las importaciones para un crecimiento dado. Una posible resultante es que la balanza comercial no será suficiente para sostener el régimen de tipo de cambio actual. Incluso asumiendo un crecimiento mucho menor, se necesitaría un desempeño extraordinario del sector externo para lograr el saldo de US$ 20 mil millones que se proyecta. Si esto no se cumple, es probable que la inflación sea mayor que la programada, generando un ajuste sobre las partidas de gasto discrecional (la “novedad” que trajo este Presupuesto) y mayores dificultades para la recuperación económica.
Como ya es habitual en la historia económica argentina, y aun cuando no consideremos en esta oportunidad el complejo frente financiero en dólares, se observa que el esquema macroeconómico proyectado pasa a ser totalmente dependiente de una dinámica de flujos (exportaciones e importaciones) poco creíble (o poco factible) y de la disponibilidad general de divisas.
* Economista y exsecretario de Finanzas de la Nación.